miércoles, 23 de octubre de 2013

Concepto Trágico

Me sobran vidas y conceptos para comparar mi sed con la tranquila pertenencia de los hombres que deambulan en mi patio. Me harto eternamente de mi carne y cada vez se hace más fresca. Me cuesta ahogarme aunque me pase tantas veces: ya dejé de acostumbrarme.
Me estoy lamiendo las heridas como un gato enfermo de tanta madrugada, acomodando el pulso al cuerpo amedrantado para combatir la prisa que alimenta al desenfreno; porque ya fui hombre anciano y vagabundo, fui monstruo y fui verdugo de mis consecuencias, la gitana que cantó con la garganta rota su penumbra, el paso antiguo de una descendencia atrapada en su propio olvido, sus confesiones indocumentadas... el camino fausto de mis contingencias.
Nací con el corazón roto y atascado entre mis manos, llorando el centenar de pasos que he sombreado con mi peso, despechada desde el día de mi propio nacimiento por estar enamorada del hálito amargo que se ha escapado de la vida y que todavía no comprende cómo puedo recordarlo.
Se me caen los pies al intentar cambiar la cantidad de avisos que se hacen cargo de los que están perdidos; alimentando a los perfiles que se cuelan invisibles en el espacio adormecido de nuestra proyección de cruces huecas. Me conmuevo al pulular al rededor del llanto que aún nadie ha conocido vivo, porque estamos más allá de los impactos que han logrado equilibrar a los que amplían sus acuerdos en el corte mal prensado de sus propios desafíos.
Nací con el alma por fuera, colgándome como vestido ornamentado por el frágil pulso de mis venas, una sangre que recorre la tormenta que no pudo nunca ser domesticada y que se alimenta de las mil versiones del proyecto que su dimensión funesta aún consigue enloquecerla.
Respiro con el romancero de mi historia en la raíz de mi templanza, con el sustrato de esas tantas madrugadas que existen sólo porque así me pertenecen, indicándole descalza al tiempo cómo hacerse amigo de los avatares místicos que se acumulan en nuestras mudanzas...
Y es que hay tantos moldes solitarios y de barro en los que el corazón está posado, tantos labios cerrados abrazando su impotencia en el cimiento de un amanecer entre cenizas de montaña y selva, ternuras enredadas en su rastro vagabundo y perfecto; porque ya se me olvidó como se cuentan las estrellas, olvidé el camino en el que la paciencia se hacía cargo de mis restos heridos, porque el corazón abierto no está apto para ser anesteciado nunca.., y sólo termina caminando con sus alas rotas en el tormento de su insignia kamikaze, en el charco que resbala por sus calles tristes donde antiguamente había aprendido a pronunciar su hermoso nombre.